Siempre o nunca, palabras prohibidas que cambian el rumbo de la energía. Las decimos continuamente, “nunca lo lograré” o “siempre me pasa lo mismo” y no nos damos cuenta del poder que tienen sobre nuestras vidas. Si reflexionamos un poco sobre su uso, llegamos a la conclusión de que son inútiles… a ver, me explico. El tiempo no existe, el pasado ya se fue y el futuro llegará, o no; en fin serafín, todo es presente. Siempre o nunca son palabras temporales, definen un espacio en este tiempo irreal que nos hemos inventado e intentan abarcarlo todo. Hasta ahí todo correcto. El problema empieza en el momento en que creemos que podemos controlar algo que no está, ¿Cómo puedes prometerle a alguien la eternidad si en tus manos no tienes más que este momento presente? ¿Por qué niegas una situación o hecho que en otra posición posiblemente realizarás? La eternidad es algo abstracto, bonito, lejano y nosotros nos pasamos la vida intentando controlarla olvidando vivirla. Somos seres egoístas, más bien dicho, la sociedad nos ha convertido en seres egoístas, y, una vez controlado lo que existe, nos empeñamos en tener el control del mundo abstracto y del tiempo. Luchamos con y contra ello y olvidamos la fuerza que tienen las palabras sobre nuestro camino.
La verdad es que cuando decimos siempre le estamos mandando al universo un mensaje de sumisión, con cada “siempre dices lo mismo”, “siempre te ayudaré”, “siempre seremos amigos”… nos estamos atando, rindiendo, obligando a no tener la opción a decidir, a cambiar. Del mismo modo, cuando decimos nunca le decimos al universo que no queremos algo, con cada “nunca me ayudas”, “nunca estás aquí”, “nunca lo voy a conseguir”… estamos impidiendo que algo que deseamos se cumpla. Ahora bien, ¿Qué palabras podemos usar para enviar energía positiva? Muy simple, palabras de amor. En vez de prometer ayuda infinita que seguramente no vas a poder dar o te desgastará, respondes con un “Te ayudo en lo que necesites”, es decir, una frase no temporal, vive en el presente, en el no-tiempo. Otro ejemplo, cuando creemos ser víctimas de una injusticia podemos expresarlo con un “hay más de un responsable” o “perdona tienes razón, pero por favor la próxima vez escúchame antes de decidirlo”.
Así bien, para crear hay que creer y si queremos ser conscientes de cada experiencia, cada acierto y cada fallo debemos creer en nosotros y en lo que decimos y hacemos. Somos corazón, somos cuerpo, somos mente y somos alma, pero en realidad somos algo más que eso. Somos nosotros; yo soy Ana y tu Pepito, Claudia, Carlota, Alex, Ramón… Somos cuatro dimensiones unidas y cuando se complementan todo funciona como debería, alcanzamos ese instante que muchos llaman felicidad, pero que, una vez conscientes, se convierte en nuestro estado de vida constante.
Y, fijaros bien, no he dicho que eso que llamamos felicidad sea para siempre porque esto depende de todos y cada uno de nosotros. Querer y querernos, estar dispuestos a aprender y a superarnos, aceptar los cambios… son pequeños instantes los que llenan el saco de felicidad y nosotros decidimos si mantenerlo o dejarlo desinflar.
Un besito