Metáforas de la vida…
Buscaba Ana el modo de sobrevivir a esa invasión. Lloraba, reía y usaba sus uñas como armas letales que más que destruir multiplicaban. Se había despedido ya del chocolate y el fuet pero ellos ahí seguían. Uno en especial, Pedrito, ocupaba un lugar muy incordiante, justo al lado de una cueva en una gran montaña. Ese era su territorio y, ni los continuos terremotos ni las punzantes lanzas, nadie, podían destruirlo.
Pedrito era feliz, o eso creía, pero Ana sufría con su presencia y sabía que por su culpa moriría. Y así fue, una buena mañana en la que Ana se encontraba muy congestionada, intentó sonarse con todas sus fuerzas sin obtener resultados y es que Pedro había crecido de tal modo que había bloqueado la salida y entrada de las cuevas. Ana lo intentó y lo intentó, pero de nada sirvió y entre toses y mocos se despidió del mundo para no volver. Hoy en día la llevamos todos en nuestro corazón.
Esta es la historia de una pobre muchacha que recibió más de lo que su dulce carita podía soportar. Enviemos fuerzas a los miembros de su especie que, delante de l’espejo, sueñan con la expulsión de todos y cada uno de sus invasores.